Ya les dije un día la comparación sencilla del campesino: «Monseñor, cuando uno mete la mano en una olla de agua con sal, si la mano está sana no le sucede nada; pero si tiene una heridita ¡ay! ahí le duele». La Iglesia es la sal del mundo y naturalmente que donde hay heridas tiene que arder esa sal (Homilía 29 de mayo de 1977, I-II p. 74).
¿Cuáles son las heridas ardientes en nuestra sociedad que señalamos la Generación Romero?
¿Cómo hacemos que arde a los que causan tanto malestar, tanta violencia, tanta exclusión?